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jueves, marzo 29, 2007

Reconocimiento

(Odiseo se ató al mástil de su embarcación para no sucumbir al canto de las sirenas)


Te reconozco, sí.

Me reconozco en ti.

Y vuelven,

desde el temblor dulcísimo del viento,

los ecos de tu boca.

Regresan las miradas

cómplices en la hierba,

y vuelve la dulzura

que empaña tu sonrisa.

Pero con ellas vienen las esperas interminables,

ese dolor de huida que hace llorar al corazón,

ese cristal mojado de lo que no se entiende.

Con ellas viene el miedo

a perderte otra vez.

domingo, marzo 18, 2007

En las redes

Desde la voz, el cristal
rompe ardiente tu mano desatada.
Sangra la víscera , herida mortal,
en el hueco de la noche.

Tanta pérdida que cae, que se derrama,
hacia el abismo eterno
de una garganta bloqueada,
como fruta madura que el suelo no recoge.
Quiero llegar a la misma esquina
que dobla hasta tu calle,
donde la tempestad se acurruca en tu cuerpo
y pide, sin piedad, la justicia del tiempo.
El aire, ronco, inerte,
se voltea en tus ojos,
crea grises ensueños en la sed de tu boca.
Se te acaba la voz,
el oxígeno, el aire,
mientras te atrapa, fuerte,
el vaivén de mis piernas.
Las redes nos oprimen,
tejen hilos de hierro en el gris oleoso de la tarde.
¡qué infierno desmedido acaricia
los ecos de tu sueño!
En mí la recurrencia no se esfuma, me impregna.
Se hace hueco obsesivo en el peso apurado,
se hace diente y espuma;
a puras dentelladas,
se hace recuerdo y eco.
Golpea, seco y duro,
rebota en mi cabeza con la maldad sibilina de los gritos pasados.
Tu mano desatada se vuelve para atarte,
no es más grande el instante, es decir, se ha perdido,
no ha de volver.
Y nadie, mientras tanto, puede acoger tu boca
en su mundo amañado de ternura.
La araña se desplaza sobre su vientre húmedo,
frías telas la envuelven,
negras sombras la pueblan.
Nada puede ser cálido en sus manos malditas.
Yo no la justifico: me decido a matarla,
envuelvo sus alientos en un jarrón muy frágil,
y, con todas mis fuerzas, la estrello contra el suelo.

jueves, marzo 08, 2007

Allá donde estés...

Jean Baudrillard (Reims, Francia, 20 de junio de 1929París, 6 de marzo de 2007)


Hay un instante frío, y el mundo

se resuelve en ecos formidables.

Se ennegrece la tarde

en el volcán gimiente de los sueños.

La muerte se proyecta

sobre los dientes grises de las sombras.