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domingo, diciembre 21, 2008

Desapariciones



Tuve un amigo yo.
Le rocé con las alas de las sombras
y rescaté , en su brazo, el hueco subterráneo de la aurora.
Amaneció su boca
como una flor desnuda y barrigona,
destemplada de ausencias embriagadas de vino efervescente,
destripada en su sangre tibia y rosa.
Se apagaron sus ojos con distancias enormes,
con besos mancillados en la noche intranquila.
Se durmieron sus ojos
con el arrullo oscuro de un poema lejano,
y reclamó su voz
el aullido del viento.
Un amigo que tuve me enseñó a despertar
de este montón de sueños sin finales previstos,
y me enseñó a leer en las nubes sangrientas del ocaso.
Me acostumbró a pensar
con muchos menos años,
como si con su abrazo me encontrara en sus ojos.
Y me enseñó a querer,
amar la niebla gris de este día infinito,
a perderme en el dulce dolor de las distancias,
a confundirme en otro,
a aceptarme a mí misma.
Lo espero, desde siempre,
y apenas lo recuerdo.