
Nunca pensó la noche
despedirse del sueño de tu risa,
ni mis manos quisieron
alejarse del hueco de tus dedos,
nunca quiso mi voz
vibrar en otros labios,
ni el olvido imposible
de tus ojos
se derramó en el hueco del silencio.
Pero llegó la sombra,
con su cuchilla fría
y cercenó las voces, y los besos.
Y las dulces caricias del otoño
fueron ecos de olvido y de recuerdos.