
Los pasos que seguimos
sobre la esquina rota de la tarde
nos conducen, sin tregua, al placer inmediato.
Surgen células nuevas,
la coraza del cielo es estremecedora,
larga calada sobre el humo del dedo de la noche.
Nueva inquietud de asombro
dividido,
invertido en un espejo plano,
sacude la cárdena violencia del codiciado abrazo .
Nunca fue la arrogancia mi principal adorno.
Y se sucede el mar, el río de los sueños,
las playas de piedras y tristezas,
llenas de mansedumbres resueltas en el llanto.
Vuelven del brazo triste las penas del momento,
despeinadas y hurañas,
casi desvanecidas en su olvido instantáneo,
vuelven junto a tu nombre,
con la extrañeza a flor de piel,
reclamando su instinto del momento.
Te piden, hombre, entero.
Requieren tu mirada.
Tus labios son dos rayas
que sepultan los últimos vestigios de la vida.
Olvidar no es morir,
se entretejen de tiempo las pasiones prohibidas.
Y esperan, simplemente, la luz de tus palabras.