
(Odiseo se ató al mástil de su embarcación para no sucumbir al canto de las sirenas)
Te reconozco, sí.
Me reconozco en ti.
Y vuelven,
desde el temblor dulcísimo del viento,
los ecos de tu boca.
Regresan las miradas
cómplices en la hierba,
y vuelve la dulzura
que empaña tu sonrisa.
Pero con ellas vienen las esperas interminables,
ese dolor de huida que hace llorar al corazón,
ese cristal mojado de lo que no se entiende.
Con ellas viene el miedo
a perderte otra vez.