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lunes, agosto 13, 2007

Entre las aguas (I)












El mar nunca me gustó. Con sus abrazos fríos y sus rítmicos jadeos, siempre dejó en mí una sensación de desasosiego y de miedo. Siempre me incomodaron su silencio y sus golpeteos continuos. Pero íbamos allí, no sé por qué extrañas circunstancias, repetíamos la visita una y otra vez, fascinados ante la inmensidad gris de la muerte que se extendía a nuestros pies. Los seres humanos insistimos hasta el cansancio en todas las acciones de nuestra vida. Luis tenía que saber que yo no quería ir allí: tenía muchos recuerdos y me resultaría más doloroso decirle que teníamos que dejar de vernos. La experiencia, vital y necesaria, de nuestros encuentros clandestinos estaba en el límite de lo razonable: César pronto se enteraría por alguno de sus amigos y no era hombre de andarse con juegos. Yo tampoco quería prolongar lo que nunca debió ser nada más que un pasatiempo. Y luego estaba lo más importante: los niños. Si César sospechaba algo, se iría con ellos y eso sería más de lo que estaba dispuesta a soportar.

Aquel era un día especialmente frío: la niebla caía con espeluznante precisión sobre el paisaje invernal y ponía vendajes de gasas blancas a nuestros ojos. El sol desparramó unos tristes rayos por aquella cubierta iridiscente y le ofreció su luz. La proximidad de las aguas añadía una nota de dolor a las cárdenas rocas, altas y suaves como manos abiertas. Luis paseaba despacio, se detenía a veces, y volvía a reanudar su caminar cansino e impotente. Me miraba a ratos, como si se despidiese. Empezaba a sentirme culpable.

Y la culpabilidad es algo terrible porque no te deja pensar ni sentir. Yo siempre creí que no había nada más que un poco de comunicación entre los dos; nuestras uniones anteriores estaban cargadas de monótonos y repetitivos paseos por el centro de la vida. Queríamos rescatar algo de aquella juventud, que se nos fue en un soplo, con las brasas de un juego de amor, quisimos andar por el borde del acantilado pero en ningún momento nos prometimos nada, ni nada nos pedimos. Éramos los dos solos. De vez en cuando nos encontrábamos en los umbrales de la desesperanza, cuando las horas nos pesaban como animales muertos, cuando hablábamos solos y nos asomábamos al balcón de los años con la amargura del tiempo perdido, el que no encuentra nadie, el que de nada sirve. Y éramos los dos solos en esos momentos de luz agonizante. Tomábamos nuestras manos como un naúfrago coge una tabla, para salvarnos.

Yo huía de César, de sus cálculos fríos, de su amor quieto y sombrío. Toda mi vida estaba escrita por él, nada escapaba a su control rutinario. Estaba totalmente perdida en las páginas blancas de un cuaderno que nada tendría escrito. Me asustaba pensar en el vacío en el que tanto tiempo había estado dando vueltas. Me buscaba en tus ojos, en tu mirada ardiente, y pensaba que, otra vez, era joven, y mi vida podría salir de las tinieblas de la noche. Yo sola me engañaba. No te encontré en mis sueños, no te encontré en mi vida. Tu corazón estaba tan dormido como el mío, tan muerto y sin sentido . ¿Qué esperábamos de dos soledades que se encuentran?. El resultado no podía ser otro que una soledad mayor, devastadora, de esas que corrompen el alma y minan los cimientos de la tierra. Pronto nos dimos cuenta.

12 comentarios:

ybris dijo...

Comienza bien el relato. Dos soledades que no se acompañan más que para ahondarlas.
Resulta triste.

Besos

Anónimo dijo...

yo sigo alucinando contigo, jamía...

Fuego Negro dijo...

de tus letras nace un letargo,un sabor gris a la melancolia que trae esa vida despegada del piso

tus letras son un transporte casi magico

salud y mas que suerte

fgiucich dijo...

Mañana me voy a la costa y cuando vea el mar , me acordaré de este primer capítulo. Abrazos.

Gerardo Omaña Márquez dijo...

Me hundo en el fondo triste de tu letras y encuentro tu alma adolorida, recorro el abismo y te detecto feliz e haberte hayado.
Simpleza infinita que nos une
que nos llama y nos confunde.

Y es que todo nos mueve al mismo espíritu
donde el tiempo nos envuelve,
nos amarra y estremece.

Un beso para tu alma.

PD: Este es el mes en el que puedes ver al planeta marte del tamaño de la luna.
No dejes de mirar el cielo.

Gerardo.

Naty dijo...

Una soledad "acompañada" es tan grande que amenaza con aplastarnos (triste verlo, pero que bueno que se dieron cuenta)... Ya se irá llenando ese vacío (de luz, de sol, de estrellas)... Un abrazo :)

Unknown dijo...

Súper fuerte e interesante el choque de las soledades. Es intenso y triste a la vez. Y también el sentido de culpabilidad, pues así nos crían, para sentirnos siempre culpables de algo...
abrazos,
juan

Rodolfo N dijo...

Que triste remate de la unión de dos soledades...
Pero se puede seguir buscando alguna vez la ecuación cambiará
Besos

Anónimo dijo...

Hola Manuela¡:
¡Anda¡ Esto no me lo pienso perder...la primera vez que te leo en prosa...Y esto promete, ya te digo.
Me encantó eso de "las horas pesan como animales muertos", te quedó guapo.
Que tenga usted buen verano.
Un abrazo enorme.

Anónimo dijo...

El sentimiento de culpabilidad es un cepo que nos colocamos a nosotros mismos.
Un saludo.

Francisco Ortiz dijo...

Triste historia que tiene algunas imágenes muy bellas como compensación, como gran aliciente. Un saludo.

Gerardo Omaña Márquez dijo...

Paráfrasis de un relato.

Un mar incomprensible, jadeante,
hacia el cual caminabamos con desasosiego,
con el miedo repetido de otras veces,
con recuerdos que ya quedaban lejos.

Un mar amurallado de peñascos,
un abismo acantilado donde los besos resbalaron,
donde un amor clandestino entre las rocas cárdenas
hizó su aparición apasionado.

Día de de niebla, paisaje invernal sobre las rocas
y un triste sol que apenas dejaba colar su luz.

Caminando nos mirabamos,
nuestros ojos anunciaban despedidas,
culpables se hilaban las miradas.

Nos fuimos dejando en la rutina,
en los umbrales de la desesperanza,
solos, asomados al balcón de los años
con los tiempos perdidos.

Solos como luz agonizante.
Solos en el vacío, dando vueltas con el tiempo.
Me buscaba en sus ojos, en su mirada,
fortaleciendo el alma para seguir con ella.

Nunca te encontré en mis sueños,
Nunca te encontré en mi vida,
tu alma evaporada, mi alma desvnecida,
tu corazón marchito, mi corazón dormido.

Dos soledades tristes tomadas de la mano,
dos corazones muertos luchando sin sentido...

continuará.

Recibe un beso en tu alma