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miércoles, septiembre 19, 2007

Entre las aguas (II)


II

La soledad del hombre puede ser tan extensa como el mundo, un universo entero que aplasta nuestras vidas. Cuando Luis intuyó esa niebla negra que los estaba envolviendo intentó, más que nunca, aferrarse a la nada, coger con las dos manos los jirones de ausencia que les iban tiñendo el corazón de negro. Quiso a Paula con locura, con inocente pasión, con desenfrenado deseo. Quiso a la mujer como si fuesen los últimos restos de su vida. Y terminó convenciéndose ello. Pero ahora ella quería dejarlo, había dicho algo de que las aguas debían correr libres, de sus hijos y de no hacer daño a los otros.

¿Qué otros?. ¿Acaso Laura iba a sufrir por él?. No, ella tenía bastante con sus amigas, sus amigos esporádicos, sus sesiones de gimnasia y sus tertulias. Hacía mucho tiempo que su mirada lo traspasaba, era transparente para los ojos de Laura. De vez en cuando se entregaban el uno al otro pero cada cual estaba en su madriguera, escondiendo en la noche la voluntad de ser, pensando en otras cosas. El amor y el deseo habían desaparecido con su vida en común, se arrastraban por los túneles de la convivencia social, escondían sus bostezos entre los pliegues de una sonrisa hipócrita. Y él, siempre tan adolescente, volvía a tener sus diecisiete años cuando Paula lo admiraba y se sentía querido e importante.

Caminaba despacio entre las rocas resbaladizas y peligrosas del acantilado. Una vez, la primera vez que trajo a Paula a este trozo de mar, ella se asustó. Le dio vértigo la escarpada espalda de la casa marina. Pero después, cuando ya habían llegado hasta arriba, su risa cristalina resonó por todos los rincones de las piedras antiguas y saladas. Esta tarde, con el ocaso del sol, las rocas relucían cárdenas y silenciosas, con sus bocas milenarias abiertas al abismo. Paula caminaba despacio, silenciosa. De vez en cuando lo miraba y forzaba una sonrisa triste. Quería hablar con él.

- ¿Por qué no paramos aquí?- gritó Paula.

- No, quiero que subamos a la casa- le respondió Luis.

Paula suspiró y siguió subiendo con la cara seria y preocupada. Luis sonreía. Pensaba en la tristeza de Paula, en su callado caminar. Ella, que hablaba y hablaba, se emborrachaba hablando y escuchando. Ella, que nunca callaba, que siempre tenía que buscar explicaciones a todo, ahora evitaba mirarlo y nada le decía.

Las rocas se hacían más escarpadas. Vio cómo Paula fruncía el ceño, sus sandalias se enganchaban en las aristas de piedra y le hacían pequeños cortes. Pero nada decía. Quizá se estaba dando cuenta de que iban por otro camino, un camino nuevo, virgen, sin utilizar desde hace mucho tiempo. Era un camino que llevaba a unos parajes subterráneos, llenos de pozos y oscuridad, que su hermano y él habían explorado de niños. Se ganaron un buen castigo una vez cuando un amigo cayó en un hoyo abierto en la negrura y su padre y los vecinos tuvieron que venir a rescatarlo. Pero ellos siguieron frecuentando el vértigo de lo prohibido, la fascinación del peligro. Cuando se hicieron mayores, a veces, recordaban aquellos tiempos con un escalofrío. Podían haberse matado en una de aquellas excursiones.

Paula miraba hacia delante: Lo buscaba con nerviosismo y cada vez caminaba más despacio. Debía estar cansada e impaciente. No sabía lo que le esperaba. Le había preparado un final para salir de aquel callejón sin salida, como decía ella. Claro que había una puerta abierta, nunca la vida apretaba tanto a una mujer como ella: estaba aburrida la alegre e inconformista Paula. Ahora se aburría de él como antes se había aburrido de César, aunque ese era su marido y ella se sometía a la sociedad y a sus exigencias, aunque pusiera de excusa a sus hijos. Pero Luis no se lo iba a permitir. La soledad de la noche y el rugido del mar acompañarían a Paula hasta el espanto, hasta el último minuto de su vida.

Recordaba exactamente dónde se había caído aquel amigo de la infancia, porque había vuelto muchas veces allí, fascinado ante el pozo profundo de la cueva. Una persona sola jamás podría salir de allí, sacudida por la oscuridad y la cortante humedad de las rocas que emparedaban el hoyo.

- Pero, ¿por dónde vamos?. Se está haciendo de noche.

Luis encendió una linterna y se volvió:

- Vamos hacia la casa. Yo pensaba atajar por este lado pero no sé... creo que no se ahorra nada de tiempo. Dame tu mano.

Paula le tendió una mano fría y temblorosa. Cuando Luis miró hacia delante vio la boca negra de la sima que engullía, temporalmente, las rocas y el cielo en un tenebroso manto de humedad y ruido ensordecedor. El mar golpeaba con fuerza, como si quisiera advertir a Paula que, cansada y dolorida, miraba, casi sin ver, con los ojos espantados y la boca contraída en un mohín de llanto.

- Oye....

- Tranquila, ya casi llegamos.

Luis le habló con dulzura y con inusitada ternura le acarició la mejilla. La noche se extendía con rapidez y las nubes empezaron a soltar su carga de agua a la vez que las lágrimas le resbalaban a Paula por las mejillas. Y eran los dos solos en la soledad de la noche.


III

Es terrible que las cosas que empiezan siendo hermosas siempre tengan un final desagradable. Pero los seres humanos repetimos el ciclo de la vida: nacer, vivir y morir. Así también los sentimientos nacen y mueren. No sabemos si viven o si los mantenemos encendidos con las fuerzas de nuestra pasión. Cuando nos dimos cuenta de que la aventura que Luis y yo teníamos podía traernos más de un disgusto, ninguno dijimos nada, pero sopesamos, estoy segura de que él también, si merecía la pena. Y llegamos a la conclusión de que no. Muchas veces lo hablamos: Estaba bien lo nuestro porque no nos exigía ataduras, no teníamos que fingir. Nos reuníamos cuando queríamos hablar o hacer el amor. Y nos despedíamos, alegres y sinceros hasta el límite.

- Si te apetece, me llamas.

- Lo mismo te digo.

Y las risas subían hasta el cielo. El aire se apuntaba los besos que se daban sin voluntad de ser eternos, sino fugaces. No importaba la voz de la conciencia despertando en la noche. Era lo natural. El camino sin prisa, la quietud de un momento compartido, lejos del aburrimiento de todos los días. Y es que el ser humano tiene que poder elegir estos momentos para apreciar el mundo. Y así nos convencíamos. Soledad sobre soledad, sólo podía conducirnos al camino más solo entre las sombras.

Yo también recuerdo este lugar. Cuando Luis dormía he salido muchas mañanas a desentumecer mis piernas y a descubrir nuevos lugares, ocultos a la mayoría de las gentes. Luis ha vivido aquí pero apenas conoce los alrededores. Yo sí que los conozco. En interminables madrugadas los he hecho míos, los he ido amando poco a poco. Son senderos de nadie, que el mar borra una y otra vez, y después vuelve a restituirlos. Esa cueva es inmensa, llena de agujeros y de trampas. ¿Sabrá Luis por dónde camina?. Veo su mirada feroz y su sonrisa siniestra. De vez en cuando se vuelve y se asegura de que lo sigo. Él también, como César, necesita someter a la gente. Uno planifica mi vida y el otro somete lo que queda: la soledad, la angustia, la rutina. No existe nada por lo que merezca la pena luchar. La desesperación está subiendo los peldaños por mi mente, el ruido del agua se hace ensordecedor.

Luis me tiende la mano: Será mucho más fácil. Me sonríe y leo en su mirada el candor de otros tiempos. Su dedo en mi mejilla está lleno de ternura. Pero llegan las sombras y es demasiado tarde.

Estamos en el pozo, en el agujero profundo que las aguas y el tiempo han ido construyendo poco a poco. Luis se para un instante ante el hoyo sin fondo de la noche. Su grito, de pronto, resuena por encima del rugido del agua. Apenas tengo tiempo de soltar su mano. Todo un mundo se sombras se precipita en el estruendo de la noche.

11 comentarios:

Loredana Braghetto dijo...

esas aguas y la noche.

Diana L. Caffaratti dijo...

Hola!
Una eternidad sin venir por aquì. Presento mis disculpas.
He gozado con la calidad de tu relato.
Saludos

MaLena Ezcurra dijo...

No puedo describir la sensación que me dejó tu texto.
Siento vacío en las vísceras, ese "apenas tengo tiempo de soltar su mano".
Todo un abismo.
Gracias querida amiga, por llevarme por lugares palpitantes.

Te abrazo siempre.

M.

El Bosco dijo...

Loredana, todo un placer tenerte de nuevo..
Male, querida, siempre con la palabra adecuada, me llenas de amor.
Diana, no me abandones tanto tiempo, contigo aprendo mucho y me gusta que estés cerca.
Besos para todas.

Gerardo Omaña Márquez dijo...

Síntesis de un relato

Un mar incomprensible, jadeante,
hacia el cual caminábamos con desasosiego,
con el miedo repetido de otras veces,
con recuerdos que ya quedaban lejos.

Un mar amurallado de peñascos,
un abismo acantilado donde los besos resbalaron,
donde un amor clandestino entre las rocas cárdenas
hizo su aparición apasionado.

Día de de niebla, paisaje invernal sobre las rocas
y un triste sol que apenas dejaba colar su luz entre la gasa.

Caminando nos mirábamos,
nuestros ojos anunciaban despedidas,
y culpables se hilaban las miradas.

Nos fuimos dejando en la rutina,
en los umbrales de la desesperanza,
solos, asomados al balcón de los años
con los tiempos perdidos.

Solos como luz agonizante.
Solos en el vacío, dando vueltas con el tiempo.
Me buscaba en sus ojos, en su mirada,
fortaleciendo el alma para seguir con ella.

Nunca te encontré en mis sueños,
Nunca te encontré en mi vida,
Tu alma evaporada, mi alma evanescida,
Tu corazón marchito, mi corazón dormido.

Dos soledades tristes tomadas de la mano,
dos corazones muertos luchando sin sentido.

La soledad es infinita,
es universo entero.

Y el mundo como soledad que aplasta
te mancha el corazón de negro
por no tener más nada que la ausencia.

Cuanto la amé, como la quise

Cuando el amor desaparece
solo queda hipocresía,
madrigueras separadas,
convivencia social,
bostezos en los pliegues de una sonrisa.

El amor se esfumó en lo cotidiano.

Caminábamos despacio sobre las rocas del abismo
el vértigo asomaba,
su silencio era extraño.

Ella que nunca callaba, que siempre aturdía,
marcaba su silencio sorteando los rincones salados.

El ocaso del sol aún hacia brillar las piedras milenarias
mientras me miraba tristemente. Quería hablarme.

La subida al refugio se hacía más escarpada,
sus pies sangraban y el camino se nos hizo extraño,
parajes llenos de pozos oscuros que tanto le asustaban
hacían de ella una hoja trémula llevada por el viento.

La soledad de la noche y el rugido del mar,
su lento caminar, su cansancio, todo era incertidumbre.

Esperaba el momento y sin embargo,
no sabía lo que le esperaba.

Estábamos frente a un gran hoyo
perdimos el camino, se hizo de noche
nos tomamos de la mano.

mano fría y temblorosa.
Cuando vi. hacia delante estaba la boca negra de la sima
que engullía, temporalmente, las rocas y el cielo
en un tenebroso manto de humedad y ruido ensordecedor.
El mar golpeaba con fuerza, como si quisiera advertirnos
y cansada y dolorida, miraba, casi sin ver, con sus ojos espantados
y la boca contraída en una mueca de llanto.

Me incliné hasta su rostro con ternura
y mientras le hablaba, las nubes descargaban torrentes,
sus lágrimas rodaban y éramos dos solitarios de la noche.

El ciclo de la vida repetía momentos tristes
a pesar de aquellos tan hermosos,
verdades fingidas fuimos sopesando
y el tiempo que pasó nos trajo al límite de encontrarnos
más solos entre las sombras.

Los sentimientos nacen y mueren
se escurren en diatribas y crecen silenciosos,
por el momento no sabíamos si ay! es suyo
o si la dicha es nuestra.

por eso fuimos libres cantando en una brisa
sin tiempo que contara minutos de lo eterno
y fuimos tan fugases, perdidos en el tiempo,
amando nuestro sino de almas solitarias.

Estamos en el marasmo borrascoso
frente a una cueva de trampas y agujeros.
Ella nerviosa advierte mi sonrisa siniestra
mientras le observo si me sigue, sintiendo en ella la desesperación.

Le tiendo la mano, será más fácil, le sonrío,
y veo en su mirada la angustia de las sombras.

Estamos en el pozo, en el agujero profundo que las aguas
y el tiempo han ido construyendo poco a poco.
Me detengo un instante en el hoyo profundo de la noche.
Mi grito de pronto resuena por encima del rugido del agua.
Apenas tuvo tiempo de soltar mi mano. Todo un mundo de sombras
se precipita en el estruendo de la noche...

Continuará...

Recibe un beso en tu alma.

JR dijo...

tu blog es un oasis!
saludos

Anónimo dijo...

Es otro Luis.

Anónimo dijo...

mi manuela, mi preciosa manuela, me has dejado entre suspiros, entre llanto, entre comprenderte un poco más y a la misma vez querer que no sea así. eres buena en todo mi manuela, poesía, novela, pandora insaciable.

y que tal si todo hubiera sido diferente, estarías aquí mi poetiza? todo pasa por algo, quiero creerlo.

mi admiración, mis abrazos, y un beso en la frente que borre un poco el polvo de los tiempos.

El Bosco dijo...

Gerardo, me has dejado sorprendida, tanto esmero merece un oremio. Ya veré.
Luis, no eres tú, no. Oye, no puedo comentar en tu página, no acierto con los caracteres de identificación. Díme qué hago: ¿son minúsculas, mayúsculas, o qué?.
Mi poeta dulce, no cambies, no sabes cuánto te necesito.

Rodolfo N dijo...

Que relato conmovedor...
La ternura , la razón y el destino...
Besos,amiga

Unknown dijo...

Manuela amiga, te felicito. Un relato muy bien construido, angustioso y lleno de reflexiones profundas. Un beso,
V.