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sábado, febrero 04, 2006

Historias inconfesables

HISTORIAS INCONFESABLES
Todo empezó aquella noche de verano en la que me encontraba bastante enfadada con mi hija. Me había gastado una de sus burlas de adolescente y yo ya estaba con el corazón bastante herido como para que no me hiciera sentirme bastante mal.
Mientras aguantábamos, de pie y con un aire lleno de arena, las noticias de no sé qué poblado ibérico que había sido excavado o estaba en plena excavación a las orillas de un río ya seco, no dejaba de pensar en mi hija, en los problemas que tenía con ella, en su falta de afecto. Es terrible descubrir que la persona que quizás más quieres en este mundo, por la que darías todo, tu preciosa niña, no te quiere ni le importas casi nada. Así me sentía yo. Y entre las piedras prehistóricas y las explicaciones del guía, mi alma torturada dejaba escapar destellos de lágrimas que disimulaba con el viento y con un nervioso trajín.
Mis pensamientos corrían lentos y desesperados. Desde la hija iba al padre, también sin afecto. Estaba entre extraños que ni sabían ni querían saber de mí. ¿Cómo pude engañarme tanto?. Nadie quiere escuchar el estruendo de su propio fracaso pero ya era hora de reconocerlo. Si lo admitía, tal vez me acostumbraría a vivir con él y aceptaría a esos dos seres, con los que convivía, tal y como eran. Todo había salido mal, pero ellos estaban ahí. Alguna vez me necesitaban y yo tenía que estar por si eso ocurría. Así tendría que transcurrir mi vida.

A las ruinas, siguió una cena con sobremesa y música: comí, reí, bailé.... Yo era el más crudo testimonio de mi fracaso, siempre fingiendo. Entonces apareció él. Un hombre serio que contaba extrañas historias como si fuesen reales. Yo, todavía traspuesta por mis pesares internos, traté de volver al momento real del que hacía muchas horas que me había marchado. Vi sus manos pálidas y sus labios finos que hablaban con un toque de ilusión adolescente. Vi sus ojos cansados parpadear sin esconder un brillo de deseo. Vi su pelo revuelto... Y entonces comprendí que acababa de cometer otro error. Sabía que iba a ser un vuelco brutal, que tendría que renunciar a él porque otros lazos me ataban pero me arrojé a sus brazos como un suicida se arroja, sin dudarlo, desde el piso más alto.
Ha pasado un año y todavía estoy en la caída.

3 comentarios:

Gonzalo Paredes dijo...

De visita, Manuela, y llevándome una sorpresa más bien grata y digo "más bien" sólo porque, si estas narraciones son reales (el viejo tema de lo real y lo ficticio), sí lo son dan cuenta de mucho dolor y, en fin..., eso no me alegra.
Pero sí me muestran a una mujer muy sensible -sea realidad o ficción, en ese sentido lo mismo da.

Un saludo.
Y, desde luego, gracias por tus visitas.

bettyylavida dijo...

Hola, ya era hora de conocernos! nuestros comentarios al señor cinco clavos se van intercalando, y compartimos una curiosidad...Encantada de conocerla, ah, me gustaría que jugaras al juego de palabras,intuyo que te va a quedar muy bien, un saludo!

Anónimo dijo...

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