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domingo, enero 22, 2006

Elena se marchó


ELENA SE MARCHÓ



Mario pensó toda su vida que era un buen jugador: Utilizó a sus amigos, se aprovechó de sus familiares y supo encontrar la fórmula mágica que combinaba el encanto y la atracción en su persona. Él quería ser escritor. Desde pequeño, soñaba con los personajes de los cuentos, les daba vueltas en su mente infantil, y acoplaba sus vidas de papel a sus sueños de niño.


Cuando se hizo mayor, el tiempo desparramó todos sus sueños en una tarde plomiza: Julio se desvanecía y el crepúsculo agotaba sus últimos colores cuando Elena se marchó. No dijo nada. Sólo sus ojos cansados se cerraron durante unos segundos antes de cerrar la puerta de la casa para siempre. Nunca volvería. Con ella se llevó la alegría y el calor. Se fueron de su casa el amor y las risas. Sólo quedó el silencio arañando las paredes. Y la soledad se hizo grande como un fruto maduro.


Se acabaron los sueños y los juegos de niños. Definitivamente tenía que ser escritor. Sometería a sus personajes, los doblaría en su carpeta, los abandonaría como la vida lo había abandonado a él. El mundo lo recibió como a la primavera: su frescura era dulce en estos años duros, su tristeza enganchaba a las tímidas muchachas y a los muchachos inmaduros, su encantadora lengua cautivaba a chicos y grandes. Mario seguía jugando.


Las noches se alargaban con la inquietud tardía de los años. Daba vueltas y vueltas en su lujosa cama. Estaba siempre solo. El peso de la ausencia de Elena era demasiado grande y nunca pudo olvidarla. Sólo cuando escribía liberaba esa semilla de venganza que siempre le quedó, como una espina amarga clavada entre las carnes. A veces se decía si sería capaz de buscarla , de hacerle daño. Y siempre se contestaba en la quietud serena de la noche, cuando los largos silencios escarbaban en su alma y él desgarraba el tranquilo candor de sus personajes más hermosos pensando en hacer daño a aquella mujer que lo dejó en las sombras. Ella no volvería. Y el dolor de la noche se convertía en llanto.


El dolor inmenso le recorría las venas y lo llenaba de un amargor áspero que lo inducía al vómito. El insomnio terrible se repetía noche tras noche y le hacía llorar como un niño y blasfemar como un hombre.


Empezaba a escribir, a mutilar más vidas y, cada vez más escandaloso, encandilaba al mundo. Pero nada le bastaba. Su corazón estaba destrozado. Toda su ternura, todo su amor, todo se lo llevó Elena cuando quiso marcharse, cuando le dijo que se iría si volvía a pegarle y a insultarla. Por eso nunca volverá. Está emparedada en un rincón del sótano. Nadie la encontró nunca aunque la buscaron durante largo tiempo.


Y por las noches vuelve para coger su maleta y marcharse de una vez, pero nunca puede traspasar los umbrales de la noche porque hace tanto tiempo que está muerta que se le olvidó el camino que la llevará hacia la libertad.



El silencio me araña el corazón como una fiera que despierta mis terrores en la noche. Me encuentro solo desde que te marchaste, y esta eterna condena de verte desaparecer a cada momento, y no poder tenerte, me tortura hasta la desesperación. Te mataré otra vez, veré qué personaje puede ser sometido a tu miedo y a tu culpa, a tu dolor salvaje. Nos veremos de nuevo.

1 comentario:

Wendy_NYC dijo...

Que sutileza al escribir, a la vez que fuerza tiene lo que dices.